domingo, septiembre 11, 2005

Una monedita...

La mañana se presentaba con toda su gala, el cielo no podía estar más limpio. La ciudad se empieza a mover con su típico desenfreno, los colectivos y su espectro gris que los secunda van tiñendo a la atmósfera.

Las personas en su mundo se amontonan en la entrada al subte, Chacarita es un hervidero, olas al ritmo de los trenes rompen al borde del andén.

Alrededor de todo ese anonimato continuo, esta Juan, quién sabe de donde vino. “Una monediiiita.... y que Dios los bendiga.” Grita sin cesar, es su canto desde la mañana hasta alguna hora de la tarde donde desaparece. Su mirada esta mas allá de las personas, aunque las llame para pedirles, él no les habla. Solo canta su himno, como si fuera lo único que supiera decir.

En su voz, en su tono, se siente los años duros e infelices, que sus ojos ocultan. Su piel, oscura de mugre, tiene escrita su historia y su triste final. Pareciera que nadie lo quiere, ya forma parte de la vista común de esa entrada gigante del subte. Miles de personas pasan junto a él, solo algunos se apiadan y les dejan sus vueltos. Y quizás ninguno se de cuenta que esa persona esta junto a ellos como todo lo que les rodea.